Rosana Triviño Caballero-Presidenta de LI²FE
Noviembre-diciembre 2011. Samba Martine (República Democrática del Congo, 1977), interna del CIE de Aluche, ha acudido a la enfermería del Centro más de una docena de veces. En respuesta a sus quejas continuas, recibe analgésicos, ansiolíticos y técnicas de respiración para mantener la calma. Durante las horas previas a su muerte, no puede mantenerse en pie. Yace cubierta de mantas en el suelo y tiene dificultades para respirar. La enfermera de turno no atiende a su última llamada de socorro, porque ella no puede hacer nada.
Samba es trasladada al hospital en un coche patrulla acompañada por una mediadora de la Cruz Roja que la oye decir angustiada: “Je vais mourir, je vais mourir”. Y sí. Tiene razón. Samba muere unas cuantas horas después por una infección que hubiera sido perfectamente tratable con un diagnóstico y tratamiento adecuados. De haber cumplido los protocolos establecidos, los tres profesionales sanitarios implicados hubieran salvado la vida de Samba. 11 junio 2019. El juzgado de lo social nº 21 de Madrid absuelve al doctor Fernando Hernández Valencia de las acusaciones por “homicidio imprudente”.
El juez reconoce que “está claro que la actividad del acusado fue uno de los factores que provocó el deceso de la Sra. Martine”, aunque añade que “ni fue el único y exclusivo ni mucho menos, y tampoco el más relevante”. Los otros dos profesionales sanitarios acusados son prófugos de la justicia. Por tanto, el juez resuelve que “Sería injusto, en definitiva, cargar al acusado en exclusiva el fallecimiento de la Sra. Martine y tanto las omisiones de otras personas como las deficiencias burocráticas tuvieron un peso muy relevante en que la interna no recibiera el tratamiento debido”.
Omisiones y deficiencias. De sanitarios, policías y jueces. Del Estado y el sistema de Justicia. Las compañeras de Samba eran conscientes de la escasa atención sanitaria que estaba recibiendo. Le contaron a la mediadora que nunca había sido conducida a un hospital, a pesar del empeoramiento evidente de su salud. Ante su impotencia, quisieron actuar y pidieron a la Cruz Roja papel y sobres para contárselo todo al juez.
Con frecuencia, las personas enfermas son estereotipadas como incapaces de pensar, ansiosas, y aprensivas, bien debido a su situación de salud, bien a su respuesta psicológica ante la enfermedad. La persona enferma parece carecer de las cualidades propias de un agente epistémicamente creíble: calmado, racional y razonable, objetivo; con un discurso conciso y bien articulado que evita las ñoñerías y los detalles irrelevantes.
Samba estaba enferma, pero, además, era mujer, negra y sin papeles. No hablaba español y se quejaba, con la esperanza de ser escuchada, de ser reconocida, de ser compadecida. Como eje vertebrador, el escenario de su sufrimiento es un lugar donde la deshumanización es la pauta. En un entorno de hacinamiento, regido por el discurso de la seguridad, la fuerza y la violencia; donde la integridad física, psicológica y moral no está garantizada, ¿qué credibilidad podían merecer las palabras de Samba?
Desde esta falta de credibilidad, desde esta flagrante injusticia, de ausencia de reconocimiento del Otro, nació una cadena de omisiones cuyo resultado ha sido el peor de los posibles: una muerte perfectamente evitable, la disolución de la responsabilidad y la impotencia ante la inacción de quienes pudiendo hacer algo, no lo hicieron.