Txetxu Ausín (IFS-CSIC). Colaborador de LI2FE.
No me gustan los privilegios, ni míos ni de los demás. No tolero la violencia, la agresividad, la matonería. No me gusta el griterío ni el lenguaje soez. No soporto el ambiente del fútbol (que no el juego y el deporte; me pregunto si otro fútbol es posible). No quiero identificarme con el rol de proveedor de mi familia (el motivo por el que lloran los hombres con más frecuencia es no poder mantener a la familia). No soy un héroe ni un tipo invulnerable. No me gusta controlar y dominar. No soy individualista. No concibo el mundo sin el complejo entramado de relaciones de interdependencia y lazos comunitarios que lo sustenta. No soy un hombre-hecho-a-mí-mismo. No soy un conquistador ni un seductor. No me gustan los deportes de riesgo. No soy valiente. No quiero renunciar a cuidar de mi familia, de la pareja, de mis amistades. Quiero ser corresponsable de esas tareas de cuidado indispensables para la reproducción de la vida social. No me gustan la ambición ni el poder. No tengo las cosas claras. No quiero ser el rey de la casa (ni de ningún sitio). No me gustan los gimnasios ni soy fuerte y aguerrido. No me gustan las relaciones asimétricas entre mujeres y hombres. Tengo referentes femeninos en mi trabajo (Eva Feder Kittay, Joan Tronto, Nancy Fraser).
No quiero responder a lo que se considera el patrón, el rol o el estereotipo de varón. Ni quiero construir mi identidad en contra de las mujeres. Porque los hombres también tenemos género, también nos construimos social y culturalmente en función de un modelo patriarcal de la masculinidad, un modelo que privilegia al hombre y una determinada concepción de lo masculino y que subordina y discrimina a la mujer. Si, como decía Simone de Beauvoir, la mujer no nace, se hace, igual sucede con el varón: se construye en función de una serie de expectativas sociales que le marcan la vida desde que empieza su proceso de socialización. Un modelo de masculinidad con el que no me identifico y que no solo conlleva injusticia hacia las mujeres, sino que genera carga y dolor también a los varones.
Imagen extraída de: http://gizonduz.blog.euskadi.eus/blog/hombres-feministas/
Por todo ello, ¿cómo no ser feministas? El feminismo es una teoría emancipadora del ser humano, de mujeres y de hombres, que reconoce nuestra fragilidad e interdependencia y la enorme red de relaciones y cuidados que permite la reproducción social. Es el trabajo invisible de los cuidados el que sostiene la vida social. Este tipo de actividad es absolutamente esencial para la sociedad pues sin ella no habría ni organización social, ni economía, ni cultura, ni política. Así lo ha puesto de relieve mi admirada colega María Ángeles Durán en su último libro La riqueza invisible del cuidado.
Dice en una reciente entrevista el historiador Juan Sisinio Pérez Garzón que el feminismo es el catalizador de todas las reivindicaciones sociales por su defensa radical de la igualdad y de la libertad (yo añadiría también de la fraternidad o, si se prefiere, de la solidaridad). Aspiraciones que benefician a todas y todos, mujeres y hombres.
Como expone con brillantez la escritora Chimamanda Ngozi Adichie, todas y todos deberíamos ser feministas. Y Ritxar Bacete, autor de Nuevos hombres buenos, apostilla que la igualdad no es mala para los hombres, es una oportunidad para liberarnos y nos va la vida en ello (sin retórica): Los hombres vivimos 7 años de media menos que las mujeres y eso tiene que ver con el mandato de la masculinidad hegemónica. En España hay dos millones de viudas respecto a 200.000 viudos.
El feminismo libera también a los hombres de los mandatos de género que le imponen el patriarcado y el machismo y, como señala Octavio Salazar, nos capacita para darnos cuenta de ser portadores de un discurso y unas prácticas que no queremos. Precisamente, el reciente libro de este Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba (El hombre que no deberíamos ser), termina con una preciosa declaración del actor británico Bill Naghy realizada con ocasión del estreno de la película Su mejor historia (2017):
Precisamente, esa es la esencia de lo que yo llamo un caballero. Es más: sólo hay una forma de serlo, y es siendo un feminista. Lo demás es una contradicción en los términos. No existe algo parecido a un caballero machista, no es posible. La igualdad de género no es una opción, sino la única versión deseable de la sociedad. Un mundo sin igualdad de sexos es un mundo medieval. A lo largo de la historia los hombres han intentado dominar a las mujeres hasta el punto de atemorizarlas y explotarlas. Y, claro, eso no es precisamente caballeroso; es criminal además de un grave error. |